La corrupción del PSOE: traición y descomposición de la socialdemocracia

La corrupción no es una anomalía accidental en el PSOE. Es el síntoma más visible de su degeneración como partido socialdemócrata, atrapado desde hace décadas en las redes del sistema capitalista que decía venir a transformar. Desde una óptica socialista y marxista, no se trata únicamente de analizar casos aislados —los ERE en Andalucía, la “Kitchen” socialista en Valencia, los contratos de mascarillas en Baleares o las puertas giratorias en los consejos de administración—, sino de comprender la raíz estructural de esa corrupción: la integración orgánica del PSOE en el aparato del Estado burgués.

Del marxismo al IBEX 35

El PSOE, fundado como partido marxista en 1879 por Pablo Iglesias Posse, fue durante buena parte del siglo XX un instrumento de lucha obrera. Pero la transición al régimen del 78, lejos de consolidar un proyecto socialista, terminó por domesticarlo. Su papel en el desmantelamiento de las conquistas obreras durante los años 80 y 90, bajo los gobiernos de Felipe González, fue decisivo. Las reconversiones industriales, el ingreso en la OTAN y la subordinación a los dictados del mercado europeo fueron el precio de su permanencia en el poder.

Con Felipe González se abrió la veda de una corrupción que ya no era marginal, sino sistémica: el caso GAL, el uso de los fondos reservados para financiar terrorismo de Estado, Filesa, los negocios turbios en Latinoamérica… Mientras miles de obreros eran despedidos y se privatizaban empresas públicas, una nueva “élite socialista” se enriquecía al amparo del Estado. Era la nueva cara de la socialdemocracia: gestora fiel del capital, administradora del neoliberalismo, decorada con retórica progresista.

El caso de los ERE: podredumbre de régimen

El caso de los ERE en Andalucía no es una mancha más en el expediente, sino la confirmación de una práctica estructural: usar el poder institucional para garantizar redes clientelares, alimentar cuadros partidarios y perpetuar un régimen de poder. No se trata solo de que altos cargos socialistas se enriquecieran ilícitamente, sino de que el fraude se sostenía sobre fondos destinados, en teoría, a trabajadores en crisis. Es decir, se robó a los obreros en nombre de los obreros. La corrupción no fue una traición puntual al socialismo; fue el resultado inevitable de haberlo abandonado.

El PSOE andaluz había sido durante décadas un “Estado dentro del Estado”, un aparato con control absoluto de los recursos públicos, de los medios y de los sindicatos mayoritarios. La corrupción fue la forma natural en que ese aparato se reprodujo, como sucede en toda burocracia desligada de una base militante crítica y organizada.

Desde la perspectiva marxista, la corrupción no es un problema meramente moral. Es la expresión de un fenómeno más profundo: la transformación de los partidos obreros en partidos del orden. El PSOE, al asumir plenamente la lógica del capital, no puede sino operar como lo hace cualquier fuerza que gestiona el Estado burgués: favoreciendo los intereses del capital, premiando a sus cuadros más dóciles, castigando la disidencia interna, colonizando lo público en beneficio privado.

No hay contradicción entre ser socialdemócrata y corrupto. La socialdemocracia moderna —es decir, la que ha renunciado al horizonte socialista— necesita de redes clientelares, de financiación opaca y de pactos con los poderes económicos para mantener su posición. Su función no es transformar el sistema, sino garantizar su estabilidad. Y, como todo gestor del capital, paga un precio por ello: el descrédito, la desmovilización y, finalmente, la decadencia.

El PSOE y la desmovilización de las masas

Uno de los daños más graves que produce la corrupción socialista no es solo económico o político: es cultural. Desmoraliza a la clase trabajadora, alimenta el cinismo y refuerza la idea de que “todos son iguales”. La corrupción del PSOE ha sido uno de los principales factores de desmovilización popular en España, pues ha destruido la esperanza de transformación desde dentro del sistema.

Mientras las condiciones materiales de vida de millones de trabajadores se deterioran, los casos de corrupción se suceden sin que haya consecuencias estructurales. Los medios de comunicación —muchos de ellos aliados históricos del PSOE— minimizan, tapan o diluyen las responsabilidades. Pero la realidad permanece: el partido que un día prometió socialismo, hoy garantiza la gobernabilidad del capital con rostro amable.

Desde una óptica marxista, el problema no se resuelve “regenerando” el PSOE o esperando una vuelta imposible a sus orígenes obreros. La solución pasa por construir una alternativa política real, anticapitalista y basada en la organización de base, en la lucha de clases y en la democracia obrera. Un proyecto que no se conforme con gestionar lo existente, sino que apueste por una ruptura con el régimen del 78, con el capitalismo y con sus partidos.

La corrupción del PSOE no es una anomalía: es la prueba de su completa adaptación al sistema que debía combatir. La tarea histórica de los socialistas no es blanquear a la socialdemocracia, sino superarla.

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